Reflexiones de Pascua y Cuaresma 2019
Miércoles de Ceniza
por Hna. Norma Pimentel, M.J.
Click here to read this reflection in English.
Cuando niños, siempre se nos recuerda en casa que debemos tener mucho cuidado. Me acuerdo una vez que mi ahijada Andrea, cuando tenía cerca de 3 años, señalaba a los adornos de la sala diciendo... “no se toca, no se toca, no se toca”.
Desde niños, se nos enseña a controlar nuestras acciones, a portarnos bien para no romper cosas, dañar los muebles, o estropear el hermoso ambiente creado por nuestra familia. Sin embargo, en la casa de Dios, de vez en cuando tenemos que mirar a nuestro alrededor y actuar al ver que algunas cosas no están en su lugar.
La Cuaresma es un tiempo de penitencia y redención. Se nos invita a ser introspectivos y examinar nuestra conciencia para corregir nuestros errores del pasado. Se nos llama a ser honestos con nosotros mismos, y esto requiere examinar la realidad que nos rodea. ¿Está sufriendo la familia de la casa de Dios? ¿Hay alguien a su alrededor que necesita abrigo, techo o un sencillo gesto de ternura? Portarse como hijo o hija de Dios no significa quedarnos quietos, inmóviles, sentados en un banco con nuestras manos dobladas sobre el regazo.
Levántese y mire alrededor. Trate de entender mejor lo que está pasando en su mundo, y participe en la penitencia y redención de los pecados de la humanidad. Mientras examinamos qué pasa en nuestro corazón, también podemos evaluar lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
Puede que estos sean tiempos para romper algunas cosas en la Casa del Padre. Para comenzar, debemos romper nuestros hábitos de apatía e indiferencia y dejar de ignorar a los necesitados. Para ello necesitamos mirar dentro de nuestros corazones, siendo los voceros de nuestros hermanos y hermanas en Cristo que necesitan ayuda. Renovémonos en esta Cuaresma y rompamos la cultura de la indiferencia para darle la bienvenida a una que permita el encuentro entre hermanos.
Hna. Norma Pimentel, M.J.
Directora Ejecutiva de Caridades Católicas del Valle del Río Grande
Primer Domingo de Cuaresma
por Cecilia González-Andrieu
Sus lagrimas me conmueven, es una muchacha joven, mi alumna, y trágicamente no es la única. Sus palabras son pocas al primer momento, pero después se vuelven un torrente de dolor. Ella ha cargado esta vergüenza por mucho tiempo, y hablar del abuso del que fue victima en su niñez es algo que le da pavor. Pero se llena de valor y por fin confía en mi.
La violencia sexual se vuelve en cadenas que escondemos debajo de capas de encubrimientos, los nuestros y los de nuestros familiares. Decimos “yo estoy bien,” o nos dicen “ya se te pasará.” Pero las cadenas les dan vueltas a los estómagos y destruyen el apetito causando problemas de salud. Las cadenas hacen ruidos en las madrugadas y no nos permiten dormir, causándonos depresiones. Las cadenas nos atan a nuestras habitaciones, nos rompen las relaciones con amistades, se hacen presentes en las malas notas en la escuela, o en el trabajar sin parar, o en vivir en un estado constante de pánico que no podemos explicar.
“‘Y Dios vio lo que Dios había hecho y todo era muy bueno.’” Ella me mira fijamente, tratando de creer estas palabras. “Eso se trata de ti,” le explico. Y de esta forma una, dos, tres, cuatro y mas, muchas mas de nosotras, comenzamos a creer lo suficiente para sacudir las cadenas, para arrancarlas con fuerza, ayudándonos mutuamente a romper los yugos de vergüenza y dolor que nos atan, haciendo que desaparezcan para siempre. Caminamos juntas, por fin creyendo que somos verdaderamente la imagen de Dios y que la resurrección llegará. “Sobrevivientes,” somos.
“Líbrame,” de Natalie Wilkie, 20017. Madera, clavos, hilos.
La doctora Cecilia González-Andrieu es profesora de teología en Loyola Marymount University, donde también se dedica a servir a la comunidad Latina de muchas formas, especialmente los asuntos de estudiantes indocumentados e inmigrantes y la defensa de los derechos de los trabajadores. Es también reconocida ensayista para la revista católica en inglés mas importante de los Estados Uniods, America (un ministerio de los Jesuitas) y miembro de la mesa directiva del Ignatian Solidarity Network (la red de solidaridad iganiaciana), dedicada a trabajar con la comunidad y entrenar a los jóvenes para vivir “una fe que hace justicia.” Es la autora del libro Bridge to Wonder: Art as a Gospel of Beauty, co editora de Teaching Global Theologies: Power and Praxis, y a contribuido a muchas otras publicaciones, entre ellas el libro Go Into the Streets: The Welcoming Church of Pope Francis.ecilia González-Andrieu
Segundo Domingo de Cuaresma
por Krisanne Vaillancourt Murphy
La historia de la Transfiguración es ilustrada muchas veces como la experiencia de subir a una montaña. Jesús necesitando descansar, se retira a un lugar elevado y allí se transfigura y se vuelve radiante en gloria divina recibiendo la motivación para su ministerio. Inspirado, Jesús baja de la montaña y vuelve a encontrarse con aquellos a quienes él sirve. Hay mucho que reflexionar en torno a este texto.
Jesús no está solo en la montaña. Observo a los que están con él. Pedro, Juan y Santiago están en presencia de lo Divino. Su respuesta me desafía a preguntarme, ¿cómo respondo al encontrarme con el rostro de Dios delante de mí?
En la versión de la Transfiguración de Lucas, los discípulos se duermen inmediatamente. Lo que Lucas nos quiere decir es que los discípulos no se dieron cuenta de la importancia de lo que estaba pasando: no lo entendieron. Yo, de vez en cuando, tampoco me doy cuenta de muchas cosas significativas y pierdo la oportunidad de entender muchos asuntos importantes.
Lucas relata que los discípulos se despertaron y vieron a Jesús lleno de gloria junto a Moisés y Elías. Nos queda preguntarnos: ¿fueron los discípulos de Jesús capaces de percibir la magnitud de lo que estaba pasando? Para mí, ¿qué significa despertarme? ¿Estoy listo para recibir los dones de Dios y ver su creación enfrente de mí?
A continuación, Pedro afirma: es bueno que estemos aquí. Y propone la idea más bien torpe de hacer tres chozas. La respuesta apresurada de Pedro me recuerda que muchas veces yo respondo del mismo modo, sin escuchar bien y decidir qué es lo más apropiado.
En la cima de la montaña vino una nube que los cubrió. Los discípulos se llenaron de miedo y permanecieron en silencio. Me pregunto: ¿cómo respondo a Dios en el desorden y oscuridad del mundo y de la Iglesia en estos días? Atemorizado e incierto, ¿me callo para así escuchar mejor? ¿O no elevo la voz porque hablar alto puede sacrificar mi vida de privilegio o de comodidad?
La Transfiguración me recuerda que nuestras respuestas sí importan, y que somos responsables de ellas. También me recuerda que a pesar de mis reacciones defectuosas y de mis errores, la invitación de Jesús continúa: Jesús quiere que caminemos con él.
Krisanne Vaillancourt Murphy la directora ejecutiva de “Catholic Mobilizing Network”, una organización católica que busca terminar con la pena de muerte y promover justicia restaurativa.
Tercer Domingo de Cuaresma
por P. Rafael García S.J.
La vida y nuestra fe están llenas de misterios y aparentes contradicciones. Uno de esos misterios es cómo Dios transforma la desolación y el pecado en fortaleza interior.
Moisés es la personificación de esto. El gran héroe de los israelitas y el líder del éxodo era un hombre completamente desolado (ver, por ejemplo, los capítulos 2-4 del Libro del Éxodo, incluyendo la primera lectura del día de hoy). Fue testigo de cómo su hermano hebreo fue abusado por un egipcio y decidió matarlo. Cuando fue descubierto, huyó a un país extranjero. Tiempo después, mientras estaba cuidando sus ovejas, Dios se le reveló en el misterio de la zarza ardiente y lo convirtió en líder de la liberación de los israelitas. Dios, en la búsqueda de la justicia, utilizó la violencia y el pecado de Moisés para reformarlo y darle un nuevo propósito.
Moisés siempre daba excusas y se resistía al llamado, pero Dios perseveró y Moisés aceptó. El confió y aprendió de su nuevo y difícil camino sirviendo como instrumento de Dios para la liberación de su pueblo.
Un estudiante de la universidad “Spring Hill College (Alabama)” que participó en nuestro programa “Proyecto Encuentro”, compartió su experiencia de servicio a las familias que buscaban asilo en el hogar “Loreto-Nazareth” y comentó muy sabiamente: “es desconcertante que en medio de tanto sufrimiento uno experimente tanta compasión y generosidad. ¡Un misterio! Los asilados, en medio de su dolor pueden convertirse en fuente de fortaleza para nuestra nación.”
Cuando yo era joven, anhelaba eliminar mis heridas y dolores para así hacerme más fuerte. La vida me permitió comprender que misteriosamente esas heridas pueden convertirse por la Gracia de Dios en mis fortalezas. ¿No nos pasa a todos lo mismo?
Es sabio admitir nuestras debilidades y el amor transformador de Dios en nuestras vidas. Podemos mirar con esperanza y gratitud hacia el pasado. Le funcionó a Moisés, María Magdalena, la Mujer Samaritana, Pedro, Pablo, Ignacio y a muchos otros.
El P. Rafael García S.J., miembro de la Provincia del Centro y del Sur de los jesuitas, entró al noviciado en 1983 y fue ordenado en 1993. Nació en La Habana, Cuba, y creció y estudió en Miami, donde ejerció como arquitecto antes de sentir el llamado al sacerdocio. Ha sido párroco en la Parroquia Sagrado Corazón de El Paso TX por 13 años; en la Parroquia Inmaculada Concepción de Alburquerque NM por cinco años y medio; y en la Parroquia San Francisco Javier de Kansas City por dos años y medio. En la actualidad vive en El Paso, donde ayuda en la parroquia jesuita Sagrado Corazón. Trabaja con migrantes y refugiados en centros de detención y también en el “Proyecto Encuentro”.
Cuarto Domingo de Cuaresma: ¿Qué haría usted?
por Joan Rosenhauer
Esa es la pregunta que muchos padres me han hecho cuando se han dado cuenta que deben encontrar un lugar más seguro para sus hijos, aún cuando esto signifique dejar sus hogares.
Recientemente conocí a una madre y a sus dos hijos pequeños de Siria que estaban en su casa cuando comenzaron a caer bombas muy cerca de ellos. Ella tomó a sus hijos y huyó con casi nada. Después de uno de esos horrendos viajes, como los que aparecen en las noticias, por fin llegaron a Beirut, la capital del Líbano, donde el Servicio Jesuita de Refugiados ofrece ayuda a familias desplazadas. Esta ayuda incluye educación suplementaria y apoyo psicosocial para que niños que han sufrido traumas puedan acomodarse y tener éxito en la escuela. Estos niños necesitan desesperadamente de nuestra ayuda para superar su dolor y contribuir a la construcción de un futuro en fe y justicia, que no han experimentado en sus cortas vidas.
En las lecturas de esta semana, se nos recuerda de muchas maneras el amor infinito que Dios nos tiene. Dios rescata a los israelitas de Egipto y les da de comer. Dios es el padre que recibe con mucha alegría al hijo pródigo. Es el modelo del amor paternal, incluyendo los millones de padres y madres alrededor del mundo que toman la difícil decisión de dejar, junto con sus hijos, sus hogares para encontrar un lugar más seguro y embarcarse en un viaje incierto y lleno de peligros.
Es angustiante escuchar las historias de refugiados y lo que les ha motivado a huir de sus hogares. Si estamos llamados a ser, como escuchamos en la segunda lectura, “embajadores de Cristo”, ¿cómo es posible darle la espalda a esas familias, especialmente a los niños? ¿Cómo será su futuro, y también el nuestro, si no les ayudamos a superar su trauma y a construir un futuro esperanzador para ellos y sus sociedades?
Joan Rosenhauer es la directora ejecutiva del Servicio Jesuita de Refugiados (JRS) en los Estados Unidos. Ella lidera los esfuerzos de JRS para dar ayuda pastoral a las personas de toda tradición religiosa en 5 centros de detención en los Estados Unidos, y movilizar la ayuda de los Estados Unidos a personas de todo el mundo que han debido huir de sus hogares.
Quinto Domingo de Cuaresma 2019
por P. Bryan Massingales
El texto del Evangelio de hoy es tradicionalmente conocido como el de “la mujer adúltera”. Sin embargo, me llama la atención la parte del texto donde dice que pusieron a esta mujer de pie ante Él. El grupo de hombres la obligó a ponerse en medio de la turba enfurecida que quería matarla. No les era suficiente someterla a una ejecución que supusiera el mayor dolor posible. Además querían avergonzarla y ponerla como un claro ejemplo de alguien que viola los derechos, propiedad de los hombres, que es como se definía el adulterio en esos tiempos. Eso también explica por qué ella fue la única merecedora del castigo, aún sabiendo que se necesitan de dos personas para cometer el adulterio.
La violencia de este pasaje, se intensifica al ver que la humillación pública de la pobre mujer era un medio para conseguir otro fin: atacar a Jesús y presentar cargos en su contra. El abuso emocional y la violencia física en contra de la mujer fueron pretextos para encontrar una manera de amenazar a un hombre que se atrevió a salirse de los límites prescritos por su fe y su cultura.
El título tradicional de este texto del Evangelio hace que sólo se centre la atención en la conducta de la mujer. Muchos predicadores, entonces, se enfocan solamente en el peligro de la actividad sexual fuera de los márgenes del compromiso y en la exhortación final de Jesús: “Vete y no vuelvas a pecar”. Sin embargo, esto no deja ver la distorsión de una sociedad y de una fe que sacrifican la vida de una mujer para resaltar el valor de los hombres y justificar ciertas conductas masculinas.
La conocida teóloga Elizabeth Johnson dice que el problema no es que Jesús haya sido hombre, sino que no existan más hombres como Jesús. Él es el modelo de masculinidad auténtica. Él invita a las mujeres a verse de un modo distinto al que una fe y una sociedad distorsionadas promueven. Jesús desafía a los hombres a valorar a las mujeres igual que a ellos mismos. Su espíritu inspira las cosas nuevas que Dios está haciendo por medio de tantos movimientos que trabajan por sociedades más justas y que promueven el bienestar de todos, sin importar su género.
El P. Bryan Massingales es profesor de ética social y teológica en la Universidad de Fordham en Nueva York. Su investigación se centra en la relación entre raza, sexualidad y fe. Es autor del libro Racial Justice and the Catholic Church.
La Tensión entre Celebración y Agonía: Domingo de Ramos
por Joanna Williams
Este año celebré mi cumpleaños el mismo día que Silvia*, una mujer hospedada en nuestro hogar de acogida en Nogales, Sonora, Méjico. Cuando llegué al hogar, las paredes y las ventanas estaban adornadas con globos, pancartas y decoraciones. La Hermana Alicia, directora del hogar, distribuyó botellas de coca cola y un gran pastel de chocolate para compartir. Junto con las otras mujeres y niños, y también con un grupo que nos visitaba desde California, cantamos, nos reímos, jugamos y nos dimos abrazos de cumpleaños.
Al sentarme junto a ella, mientras comíamos nuestro pastel, me compartió el dolor que traía consigo. Me contó del miedo y del sufrimiento que ella y su familia dejaron atrás en Honduras. Me compartió cómo su hija había comenzado sus dolores de parto cuando estaban en medio de su viaje a través de Méjico, dos meses atrás. Su hija fue echada del hospital casi inmediatamente después de haber dado a luz y antes de poder reunir fuerzas para continuar el camino.
La tensión entre la celebración y la agonía que Silvia y yo compartimos, es el espacio en donde nos encontramos el Domingo de Ramos. Mientras la gente de Jerusalén saluda a Jesús y celebra la gloria de Dios, los fariseos se resisten y, en las sombras, planean su destrucción.
Este domingo comenzamos nuestros ritos sacudiendo las palmas a modo de celebración, sin olvidar que el gran dolor de la Pasión vendrá pronto. Simultáneamente, y antes del dolor del Viernes Santo, Cristo y los discípulos se encuentran celebrando la gloria de Dios en el Domingo de Ramos.
Mientras en el Domingo de Ramos vivimos la tensión entre el bien y el mal, no podemos olvidar que esta tensión continúa en nuestra realidad actual. Sin embargo, también recordamos que en medio de esa tensión somos impulsados por la promesa de que el amor, la vida y la luz de Dios son más poderosas que la oscuridad. La comunidad del hogar de acogida ayudó a Silvia a salir de la oscuridad y a vivir en la luz. Por eso, seamos comunidad para otros y proclamemos una alegría que reconoce el sufrimiento, pero no lo acepta como la última palabra.
*El nombre de Silvia ha sido cambiado para proteger su identidad.
Joanna Williams desde 2015 ha sido Directora de Educación y Promoción de la Iniciativa Kino para la Frontera (KBI) en Nogales, Arizona y Sonora.
Domingo de Pascua: Nuestra Ruptura Restaurada
por Monseñor Mark J. Seitz
DESTROZADOS, APLASTADOS, ROTOS… Todas nuestras suposiciones, nuestros prejuicios, nuestras confusiones y desesperanzas, todos nuestros pecados dispersos por el suelo. Esparcidos como si una ametralladora hubiese explotado afuera de una tumba vacía.
Justo cuando creíamos que la vida se había terminado y que la maldad del mundo había consumido a su Creador… Justo cuando parecía que la dureza del corazón humano se imponía sobre la misericordia, la compasión y el perdón… En medio de la noche oscura del dolor, el Amor surgió y conquistó. La debilidad humana es sanada desde dentro.
Aquí, en la frontera entre Texas y Méjico, en un lugar llamado “El Paso”, día a día somos testigos locales del conflicto entre el amor y el odio, entre la solidaridad y la división, entre el acompañamiento y la soledad, entre la vida y la muerte.
Familias desplazadas huyen hacia nuestra frontera, escapando del caos producido por el perverso nexo entre pandillas de narcotraficantes y gobiernos corruptos. Así se embarcan en un viaje repleto de amenazas que les acompañan por todo Méjico. También se convierten en víctimas de abusos por parte de aquellos responsables de la seguridad de la frontera en los Estados Unidos. Uno podría claramente asumir que ellos, quienes son tratados como los desechos del mundo, llegan a nuestros hogares de acogida totalmente desolados y desesperanzados.
Pero no es el caso. Bajan de los buses del Departamento de Seguridad Interior (“Homeland Security”) con cautela, pero sin dejar de tener esperanza. Nosotros, los voluntarios, los ayudamos, pero su Fe es la que nos alienta. Nos piden que oremos y nos enseñan a hacerlo con confianza. Es esa confianza la que les permite continuar su largo camino.
Sí… pareciera que la depravación humana (la nuestra y la de los demás) es la que nos destroza. Pero al final, unidos a nuestros pobres hermanos y hermanas migrantes, damos testimonio: Cristo ha Resucitado, el pecado y la muerte han sido destruidos ¡Aleluya!
Monseñor Mark J. Seitz es Obispo desde el 2013 de la Diócesis de El Paso. En el año 2017 publicó su Carta Pastoral titulada “La Pena y la Aflicción Terminarán: Carta Pastoral sobre Migración para el Pueblo de Dios en la Diócesis de El Paso”.